Dream On
Menudo verano. Currar, currar, currar, y por medio entretenimientos como revisar el coche, llevar a Tula a vacunar... Y, en perspectiva, una no muy lejana convocatoria de consolidación de empleo. Estudiar. Diosss...
Llevo una temporada algo sosa, y se nota. Este blog pierde visitantes a diario. Bueno, vamos a contar cosas en un tono un poco más positivo. Rescatemos del olvido pequeñas leyendas. Historias que nos devuelvan la fe en la humanidad.
Hugo Producciones presenta: el antecesor franchute de Justo Gallego y su catedral.

Ferdinand Cheval (1836-1924), el humilde cartero del pueblo de Hauterives, era lo que muchos llamaríamos un puto pringao. Su trabajo le llevaba por 32 kilómetros diarios de camino rural, pedregoso e inhóspito. A menudo, como muchos otros sufridores de trabajos monótonos, se distraía soñando despierto mientras caminaba. Solo que sus ensoñaciones eran particularmente profundas y vívidas: se asaltaban imágenes de un soberbio castillo, ajeno a cualquier cosa que él, inculto y poco viajado, hubiera visto en este mundo.
Un buen dia de 1879, dice la leyenda, tropezó con una piedra y, en vez de blasfemar y seguir su camino como hacemos todos en esos casos, le asaltó la idea: cogió la piedra y se la guardó. Sería la primera de muchos miles que emplearía en hacer realidad su sueño. Construiría un palacio, su palacio soñado.

No fue sencillo, naturalmente. 33 años de su vida invirtió en el trabajo, dos décadas para las murallas solamente. A menudo su trabajo solo le dejaba tiempo para dedicarse apasionadamente a su vocación por las noches, dormir apenas tres horas y regresar al dia siguiente a su extenuante rutina. Todo ello soportando las burlas de sus vecinos, que no veían más que a un necio acarreando piedras de un lado para otro. Irónicamente, los descendientes de muchos de esos vecinos le deben su prosperidad y la del pueblo a Cheval, cuyo Palais Idéal da trabajo a través del turismo al 90% de los lugareños.
La posteridad ha sido más generosa con Facteur Cheval. La desbordante riqueza estética de su construcción le ha valido comparaciones con Gaudí, la etiqueta de precursor del art brut y alabanzas de André Breton o Picasso.
Por si fuera poco, cuando las autoridades le denegaron el permiso para ser enterrado en su palacio, se puso de nuevo manos a la obra para construir su propio mausoleo, igualmente asombroso. Apenas un año después de terminarlo, murió a los 88 años de edad.

Es curioso que a este hombre le llevara a hacer semejante trabajo una visión. Como Coleridge y su poema Kubla Khan, que pretendía describir la magnificencia celestial que creyó ver durante una ensoñación. Los sueños empujan a algunos afortunados. Al resto les distraen, como mucho, y a algunos les llevan a invadir Polonia o presentarse al casting de Gran Hermano.
¿Elegimos nuestros sueños o ellos nos agarran por el pescuezo? ¿Es una suerte tener un sueño que te haga llegar lejos, o que te lleve al fracaso y la miseria? ¿Hay personas excepcionales que solo necesitan el sueño adecuado para encontrar su destino? ¿O es todo una pérdida de tiempo y lo que debería hacer es estudiar?
Llevo una temporada algo sosa, y se nota. Este blog pierde visitantes a diario. Bueno, vamos a contar cosas en un tono un poco más positivo. Rescatemos del olvido pequeñas leyendas. Historias que nos devuelvan la fe en la humanidad.
Hugo Producciones presenta: el antecesor franchute de Justo Gallego y su catedral.

Ferdinand Cheval (1836-1924), el humilde cartero del pueblo de Hauterives, era lo que muchos llamaríamos un puto pringao. Su trabajo le llevaba por 32 kilómetros diarios de camino rural, pedregoso e inhóspito. A menudo, como muchos otros sufridores de trabajos monótonos, se distraía soñando despierto mientras caminaba. Solo que sus ensoñaciones eran particularmente profundas y vívidas: se asaltaban imágenes de un soberbio castillo, ajeno a cualquier cosa que él, inculto y poco viajado, hubiera visto en este mundo.
Un buen dia de 1879, dice la leyenda, tropezó con una piedra y, en vez de blasfemar y seguir su camino como hacemos todos en esos casos, le asaltó la idea: cogió la piedra y se la guardó. Sería la primera de muchos miles que emplearía en hacer realidad su sueño. Construiría un palacio, su palacio soñado.

No fue sencillo, naturalmente. 33 años de su vida invirtió en el trabajo, dos décadas para las murallas solamente. A menudo su trabajo solo le dejaba tiempo para dedicarse apasionadamente a su vocación por las noches, dormir apenas tres horas y regresar al dia siguiente a su extenuante rutina. Todo ello soportando las burlas de sus vecinos, que no veían más que a un necio acarreando piedras de un lado para otro. Irónicamente, los descendientes de muchos de esos vecinos le deben su prosperidad y la del pueblo a Cheval, cuyo Palais Idéal da trabajo a través del turismo al 90% de los lugareños.
La posteridad ha sido más generosa con Facteur Cheval. La desbordante riqueza estética de su construcción le ha valido comparaciones con Gaudí, la etiqueta de precursor del art brut y alabanzas de André Breton o Picasso.
Por si fuera poco, cuando las autoridades le denegaron el permiso para ser enterrado en su palacio, se puso de nuevo manos a la obra para construir su propio mausoleo, igualmente asombroso. Apenas un año después de terminarlo, murió a los 88 años de edad.

Es curioso que a este hombre le llevara a hacer semejante trabajo una visión. Como Coleridge y su poema Kubla Khan, que pretendía describir la magnificencia celestial que creyó ver durante una ensoñación. Los sueños empujan a algunos afortunados. Al resto les distraen, como mucho, y a algunos les llevan a invadir Polonia o presentarse al casting de Gran Hermano.
¿Elegimos nuestros sueños o ellos nos agarran por el pescuezo? ¿Es una suerte tener un sueño que te haga llegar lejos, o que te lleve al fracaso y la miseria? ¿Hay personas excepcionales que solo necesitan el sueño adecuado para encontrar su destino? ¿O es todo una pérdida de tiempo y lo que debería hacer es estudiar?