Evil
Ya he visto Star Wars ep. III: La Venganza del Sith. Alguien debería coger al mamón/a que escribe los diálogos de Anakin y Padme y meterle un sable láser en su lado oscuro.
Es curioso como la gente, tan pronto como cae en las garras del mal, se afea terriblemente. Se les ajan las facciones, los ojos se les inyectan en sangre y desarrollan unas ojeras enormes. Yo pensaba que la gente con problemas de conciencia era la que no podía conciliar el sueño. ¿Será que los Sith son en realidad buenos chicos llevados por el mal camino, y que en las largas horas de insomnio lamentan todas sus vilezas?

En una entrada pretérita pasé por encima sobre la imagen arquetípica del Mal como un individuo astuto, taimado y mucho menos sexy que el bueno. No es la visión completa, claro. En muchas ocasiones se presenta al Mal, o el Malo, encarnado en un sujeto de carisma magnético, rictus determinado, elegancia y autocontrol escalofriante. Mismamente un Darth Vader, pero sin el asma ni la tragaperras en el pecho.
No es raro que los villanos de las historias resulten mucho más interesantes, como personajes, que los buenos, a veces ridiculizados como monaguillos musculosos, sin personalidad ni sentido del humor, frente a las saludables dosis de anarquía e irreverencia del malo. A mucha gente le fascinan los marginales y delincuentes, la gente que no respeta esas reglas que nos constriñen a todos. En el fondo envidiamos esa capacidad de conducirse más allá de las leyes, interpretándola como un estado supremo de libertad. Quizá fue Freud el que dijo que la ley no sería respetada por nadie de no ser por el miedo al castigo, y que el hombre respetuoso de la ley no es bueno, sino cobarde. Vete a saber.
Pero haciendo un poco de zoom sobre las conductas que englobamos en la maldad, ¿qué apreciamos, realmente? Si miramos a los casos más leves (adulterio, embriaguez), y que muchos toman por joie de vivre, probablemente solo hallaremos debilidad de carácter. Buceando ya en el terreno de lo penal, no creo que la explicación a casi todos los crímenes sea más profunda que una mixtura de necesidad, codicia, estrechez de miras o mala educación social-sentimental. Un camello no suele ser más que un niñato al que han enseñado que las drogas dan dinero fácil y rápido.
Los casos más graves o aberrantes probablemente son, analizados hasta la raíz, de una mezquindad patética: complejos mal digeridos y derivados en ausencia de empatía, ganas exacerbadas de sentirse superior y dominante, conductas sadomasoquistas mal encarriladas... Me jugaría un par de cenas a que un dictador bananero no es más que un cualquiera a quien la oportunidad le ha permitido hipertrofiar su necesitado ego, y un criminal sexual es, esencialmente, un enfermo a quien solo se diagnostica cuando ya es demasiado tarde.
Resumiendo, eso que llaman el Mal es, fundamentalmente, ansia, mezquindad y vulgaridad puestas a cargo de la nave. Y dejarse fascinar por ellas es un poco ridículo, máxime si las comparamos con la auténtica y asombrosa belleza de un acto generoso, de la magnificencia a que puede llevarnos el amor.
Es curioso como la gente, tan pronto como cae en las garras del mal, se afea terriblemente. Se les ajan las facciones, los ojos se les inyectan en sangre y desarrollan unas ojeras enormes. Yo pensaba que la gente con problemas de conciencia era la que no podía conciliar el sueño. ¿Será que los Sith son en realidad buenos chicos llevados por el mal camino, y que en las largas horas de insomnio lamentan todas sus vilezas?

En una entrada pretérita pasé por encima sobre la imagen arquetípica del Mal como un individuo astuto, taimado y mucho menos sexy que el bueno. No es la visión completa, claro. En muchas ocasiones se presenta al Mal, o el Malo, encarnado en un sujeto de carisma magnético, rictus determinado, elegancia y autocontrol escalofriante. Mismamente un Darth Vader, pero sin el asma ni la tragaperras en el pecho.
No es raro que los villanos de las historias resulten mucho más interesantes, como personajes, que los buenos, a veces ridiculizados como monaguillos musculosos, sin personalidad ni sentido del humor, frente a las saludables dosis de anarquía e irreverencia del malo. A mucha gente le fascinan los marginales y delincuentes, la gente que no respeta esas reglas que nos constriñen a todos. En el fondo envidiamos esa capacidad de conducirse más allá de las leyes, interpretándola como un estado supremo de libertad. Quizá fue Freud el que dijo que la ley no sería respetada por nadie de no ser por el miedo al castigo, y que el hombre respetuoso de la ley no es bueno, sino cobarde. Vete a saber.
Pero haciendo un poco de zoom sobre las conductas que englobamos en la maldad, ¿qué apreciamos, realmente? Si miramos a los casos más leves (adulterio, embriaguez), y que muchos toman por joie de vivre, probablemente solo hallaremos debilidad de carácter. Buceando ya en el terreno de lo penal, no creo que la explicación a casi todos los crímenes sea más profunda que una mixtura de necesidad, codicia, estrechez de miras o mala educación social-sentimental. Un camello no suele ser más que un niñato al que han enseñado que las drogas dan dinero fácil y rápido.
Los casos más graves o aberrantes probablemente son, analizados hasta la raíz, de una mezquindad patética: complejos mal digeridos y derivados en ausencia de empatía, ganas exacerbadas de sentirse superior y dominante, conductas sadomasoquistas mal encarriladas... Me jugaría un par de cenas a que un dictador bananero no es más que un cualquiera a quien la oportunidad le ha permitido hipertrofiar su necesitado ego, y un criminal sexual es, esencialmente, un enfermo a quien solo se diagnostica cuando ya es demasiado tarde.
Resumiendo, eso que llaman el Mal es, fundamentalmente, ansia, mezquindad y vulgaridad puestas a cargo de la nave. Y dejarse fascinar por ellas es un poco ridículo, máxime si las comparamos con la auténtica y asombrosa belleza de un acto generoso, de la magnificencia a que puede llevarnos el amor.