Hugo y yo

La culpa es de la sociedad.

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Lugar: En las Nubes (Alcalá de Henares), Madrid, Spain

7.12.04

Travelin' Band

Tras unos dias liadísimo con diversas responsabilidades y tareas, vuelvo a escribir sobre algo.

Por ejemplo, sobre el síndrome de la página de edición de nuevos posts en blanco. O sobre el síndrome de cerebro en blanco, que vendría a ser eso mismo.

Me pasa todos los dias: pienso en algo interesante, me digo, "hum, si, esto dará para un buen post en el blog", y al sentarme aquí delante se ha evaporado todo. Será que el Barça va perdiendo, o que dos dias seguidos de fiesta me borran el disco duro. En fin...

Supongo que es un buen momento para rememorar uno de los episodios más inenarrables de mi vida: mi breve pero intensa etapa como técnico de sonido.



Hice mi curso de técnico de sonido (especialidad directo) entre el 97 y el 98, y en el verano del 98 me surgió la gran oportunidad: acompañar a una orquesta como técnico de monitores. Básicamente, ser técnico de monitores supone procurar que los músicos se oigan bien a sí mismos durante el concierto, evitando que se acoplen los micros y esas cosas.
Es un oficio delicado, y que te expone a las iras de los artistas, gente de natural quisquilloso cuando están en plena actuación. Algo fuerte para un debutante como era yo, como comprobaría para mi desdicha. Pero me estoy adelantando.

Una de las características del mundillo es: todo debe hacerse YA. Las prisas y el estrés acompañan fielmente a las orquestas verbeneras. Me llamaron una tarde/noche para salir en el camión del material esa misma noche a las 12. Así que me presenté en la nave de la empresa que alquilaba el material sonoro, ayudé a cargar el camión y me subí con el resto de la tropa. El camión sería nuestro hogar y cama (tenía literas múltiples) para conciliar el sueño durante el dia mientras Juan -gran camionero y mejor persona- nos llevaba a nosotros y al equipo de un pueblo a otro, empalmando cuantos conciertos pudiésemos para rentabilizar los viajes.
Al poco de salir, y tras haber charlado un rato con mis nuevos compañeros, noté que emprendían una extraña actividad: de uno en uno, pasaban a la litera del fondo, hacían un ruido de aspiración y volvían restregándose la nariz. Como ni yo soy tan corto, me figuré de qué iba el tema y pense: "¿donde coño me he metido?".
A posteriori comprobé que no era lo habitual (joder, se gana pasta, pero no tanta como para esnifar a diario), aunque tampoco era un fenómeno extraño. Otra cosa que se ve mucho en ese mundillo es el consumo de drogas, por parte de músicos, técnicos y, vamos, todos menos el conductor (gracias a Dios).



El comienzo de la epopeya no pudo ser mejor: como el próximo concierto nos pillaba al lado del pueblecito playero donde veraneaba la familia de Juan, nos fuimos para allá a pasar una mañana de playa y comer una paellita. Ah, y conocimos a las hijas de Juan, una de ellas modelo de un muy célebre spot televisivo. Sigue siendo un misterio para mí que ese camionero feo y avejentado pudiese aportar genes a esa belleza. Pero me estoy desviando: pues eso, pasamos medio dia cojonudo y pensé: "pues si que está bien esto"... iluso de mi.
A mediodia comenzó la fiesta: tuve que aprender sobre la marcha cómo montar todo, cablear todo el equipo, familiarizarme con las máquinas, probar... y todo sin red. La caña. Salió decentemente, de hecho mejor que otros posteriores. Al acabar y recoger todo eran las 9 de la mañana siguiente. Casi me duermo de pie (me dormí apenas me senté en el camión). Las 15 horas de trabajo por concierto, sin apenas parar, no nos las quitaba nadie, así que adaptarme a ese ritmo fue muy duro. Es entonces cuando uno comprende el porqué del abuso de estimulantes.

Las orquestas hacen mucho dinero en un buen verano, pero para ello hay que trabajar como animales. No se dice "no" a nadie, y si se firman 30 conciertos para 33 noches, estupendo, aunque llegues a casa medio muerto. De modo que lo normal era empalmar cuantos pudiese la orquesta. Las noches, perdón, los dias durmiendo en el interior de un viejo camión en marcha se harían larguísimos si no fuera porque, cuando pillas la litera, estás tan molido que podrías dormir sentado encima del motor. Tenía como vecino de litera a un ex-legionario cabrón que dormía a mi lado y se empeñaba en ponerse con los pies hacia mí en vez de la cabeza. Pues ni eso me quitaba el sueño.

Por supuesto, todo se puede superar si el trabajo va bien y la paga cae puntualmente. Pero no, oh, no. Cometí algunas pifias propias de la inexperiencia, y ya he mencionado lo intransigentes que se ponen los artistas cuando algo falla. Si admites tu culpa te cae una bronca, pero si no lo haces -porque no es culpa tuya, simplemente- se cabrean más aún. Y cuando el músico quisquilloso es, además, el jefe de la orquesta y tu patrón, tiende a no admitir la posibilidad de no llevar él la razón.
Bueno, quien paga manda, piensas para serenarte. Pero resulta que tampoco te pagan con la puntualidad deseable. Te salen con que te pagarán a ti cuando ellos cobren del ayuntamiento de turno. Cojonudo, pensaba, yo debo hacer el trabajo puntualmente y sin rechistar como buen asalariado, pero comparto los riesgos y las molestias como si fuera un socio. Lo peor de ambos mundos.

Las condiciones laborales eran pobres, pero el trabajo en si no era desagradable. Era mucho peor. Cuando uno ha escuchado una versión secuenciada de Paquito Chocolatero las ha escuchado todas, creedme. Y no hablemos del grato contacto con el público, que a la que te descuidabas se te subían a la mesa para escuchar mejor (gilipollas, en mi rincón no se oye bien la música, yo uso un monitor y escucho las señales por separado cuando quiero tocar algo), o te daban la vara con que se oía mal (compraos un salón de conciertos, leche, aquí se oye mal todo).
Por si eso fuera poco, el trato con el personal no era particularmente cordial. Había gente muy maja, menos maja y algún hijo de puta (casi me pegué con uno una vez), más o menos como en todas partes. No es que me llevase mal con los demás currelas o los músicos (ni bien, los músicos iban por su lado), pero si tenía la sensación de no pertenecer a todo ese rollo. Comprendí que muy probablemente había sido un error el emprender esa carrera.

Me encaminé hacia otras cosas, mientras la la seguía ejerciendo solo lo justo para poder ganar un dinerito hasta que pudiera trabajar en algo mejor. A toro pasado, creo que fue una cadena de mala suerte y malas decisiones lo que marcó mi breve paso por ese oficio. Quizá podría haberme ido mejor de haber ido a parar a mejores manos, pero el caso es que es una historia en pretérito imperfecto, así que no tiene sentido pensar en lo que pudo y no pudo ser.

4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

No me extraña que lo considerases tu peor trabajo...bueno si exceptúamos la paella y la modelo...jaja...
No sé si será una osadía...pero esto no es pretérito perfecto?...no se acabó todo ya...
Besos.Adios.
Helena

12:47 p. m.  
Blogger Toperro said...

¿La SGAE vigilaba ya tus pinitos como técnico de sonido? Como ahora tienes que pagar hasta la música que ponen en fiestas...

5:11 p. m.  
Blogger Hugo said...

Qué quisquillosa, Helena, ya pareces Matthau :). Lo del imperfecto es una mera licencia poética. Quizá debería haberlo puesto entre paréntesis para acentuarla. Bah, ya no edito.
¿No venías a Madrid este domingo? Un saludo.

5:55 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Sí pero de quisquillas nada de nada...espero las gambas de Matthau y tus cañas...jaja...
Besos.Adios.
Helena

12:55 p. m.  

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