Hugo y yo

La culpa es de la sociedad.

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Lugar: En las Nubes (Alcalá de Henares), Madrid, Spain

31.1.05

Politik

Vuelvo a trabajar, por obra y gracia de los médicos y los ciclopléjicos.
Por cierto, no sé qué hostias significa ciclopléjico, pero me parece un nombre desafortunadísimo para un colirio. Me hace pensar en cíclopes, y no reconforta el echártelo pensando en monstruos de un solo ojo.

Desvarío de la semana: ¿hemos dado política? ¿no? Pues a por ella.

Estos dias se discuten unas cuantas cosas políticas en el foro: el Plan Ibarretxe, la Constitución Europea... Como los nacionalismos en general es un tema que ya me tiene bastante agotado, no me he sobrado interviniendo.
Tras muchas horas de vuelo, para mi sorpresa, he acabado descubriéndome mayor beligerancia contra los ultraizquierdistas con los que me cruzo que contra los reaccionarios y conservadores a secas. Debería simpatizar un poco más con la gente más cercana a mí, y esa supuestamente será la izquierda, aunque radical.

Pues no. De hecho, cuando me pongo, acabo discutiendo con mayor encarnizamiento con los niñatos de la nueva ultraizquierda que con los ultraderechistas. En parte porque con estos últimos, en muchos casos, ni vale la pena molestarse. Pero, sobre todo, porque hay algo en las juventudes izquierdistas de hoy que me irrita profundamente.



De entrada, si bien me he situado a la izquierda toda la vida, los extremistas de izquierda me resultan igual de lejanos que los de derecha. Al final repasas las intenciones de unos y otros y llegas a la conclusión de que te darían por el culo más o menos lo mismo unos que otros.

Pero es que eso me resulta hasta cierto punto comprensible cuando viene de la ultraderecha, que tiene antecedentes en este país y no debería cogernos por sorpresa. En cambio, cuando alguien parte -supuestamente- de una construcción ideológica basada en la igualdad y la justicia para acabar legitimando el quitarte derechos fundamentales, robarte tu propiedad y justificando la violencia, uno no puede por menos que indignarse. La caída del sistema comunista debería habernos enseñado algo sobre la naturaleza de los totalitarismos, incluso de los que nacen con las mejores intenciones.

Por otra parte, me rebota de verdad la simpatía de estos aprendices de Ché por los nacionalismos en general. A ciertas edades se abraza cualquier cosa que tenga pinta de causa, pero la imagen del conflicto Estado-territorio como lucha opresor-rebelde que astutamente venden los partidos nacionalistas (mayormente de centro-derecha... en fin) ha calado en buena parte de la juventud medianamente concienciada de este país. Tamaña necedad.

¿No se titulaba el himno socialista por excelencia La Internacional? ¿Desde cuando la disgregación de las comunidades y el levantamiento de nuevas barreras entre los pueblos son parte del ideario socialista? ¿Qué tiene que ver el deseo de justicia y solidaridad -palabras con las que se llenarán la boca cada vez que les preguntes- con el de encerrarte en tu terruño y limitar la presencia y competencias de otros en lo tuyo?
El colmo fue una vez que se lo planteé a un chaval que me contestó sincero:"cuando tenga mi patria seré de izquierdas, ahora soy nacionalista", vamos, como quien dice "primero me haré rico explotando a imnigrantes ilegales, y cuando lo sea me indignará que les exploten".

Las naciones son el problema, y hacerlas nuevas cuando en paralelo avanzan procesos de asociación que permitirían superarlas en un futuro es como empeñarte en comprar una prenda inútil y pasada de moda, simplemente porque has estado ahorrando para ello y no te vas a echar atrás ahora.
La nación es un concepto obsoleto como los trenes a vapor o la curación por sangrías. Justifica unos gastos monstruosos a nivel nacional y mundial en ejércitos, provoca guerras, miseria y desigualdades bárbaras entre unas personas y otras por el simple hecho de estar a un lado u otro de una raya.
El nivel tecnológico de cada sociedad limita el tamaño que puede alcanzar manteniendo una estructura racional y eficiente. Los grupos tribales se bastan con un vocabulario limitado y legislación oral. Las grandes naciones requieren un cuerpo administrativo, comunicaciones e infraestructura para mantenerlas, y que podían solucionarse con una sencilla red de carreteras. El teléfono, la radio y demás adelantos nos han dado alcance hasta el mismo espacio exterior.
¿Puede haber un único gobierno mundial? Creo que si.
¿Solucionaría o mejoraría algo? Por favor. Solo lo ahorrado gracias al desmantelamiento de los ejércitos daría para acabar con el hambre en el mundo, buscar curas al cáncer y al sida, y aterrizar en Marte de propina.
Para mí la pregunta es por qué coño no se hace ya.

¿Debo entender como un avance en modo alguno que una región se acerque a su ideal nacional (o el de algunos de sus pobladores, no todos en absoluto? Y una mierda.
Unos pocos conseguirán salir en sus libros de historia, tener monumentos y calles con su nombre. Y ya está. Su opresión será más o menos la que ahora, pero tendrán sus propias placas de matrícula. ¿Como no vamos a solidarizarnos con su lucha?

Cualquier gilipollez se considera un ideal si se adorna con las palabras adecuadas. También los hay dispuestos a morir por su equipo de fútbol.

Agradecería algo de polémica tras escribir este ladrillo.

27.1.05

Bittersweet Me

Al final la semana se ha arreglado.

Con lo del ojo he cogido una baja que me ha venido de perlas (he perdido de vista al cornudo de mi jefe y me he librado de repartir en los dias más frios del año), he descansado y me he puesto bien.
Y encima ha nevado en Alcalá, ¡varias veces! El volumen total debe ser de medio granizado de limón por metro cuadrado, pero ha nevado, que es lo que cuenta.

Ana ya tiene su destino, aunque es probable que la cambien a cualquier otro en breve plazo. La Administración es así. Pero, leches, ya es funcionaria casi del todo.

Contras: el Linux no me admite la contraseña de root (se habrá ofendido por no haberle hecho caso en bastante tiempo), y he pinchado una rueda. Bueno, algo tenía que pasarme.

Mientras tanto, leo el Criptonomicón de Neal Stephenson (regalo de mi hermano), una lectura interesantísima, aunque supongo que algo áspera para quienes no tengan cierta familiaridad con la terminología informático-matemático-teleco-electrónica. Aún así, recomendable.

Y sigo sin una idea decente sobre la cual escribir. ¿Se nota?

24.1.05

Under Pressure

Escribo muy bajo de inspiración, solo por cambiar el post de cabecera de una vez.



Llevo unos dias bastante chungos. Por orden más o menos cuernológico:

- Se ha averiado mi reproductor de MP3
- Se me ha reproducido una conjuntivitis en el ojo izquierdo que me está jodiendo seriamente.
- He discutido con un vecino energúmeno y cretino por haberle aparcado en la salida de su garaje, en la que no se ha molestado en poner un vado. La calle es de todos, y si no paga y pone el vado aparcaré ahí cuando me salga de los huevos, por mucho que luego venga vociferando sobre la ética y si un dia tiene a su hijo enfermo y no le dejo salir y tal. Gilipollas.
- Me ha vuelto a desaparecer una cosa en el trabajo (una carpeta), y el jefe dice que es responsabilidad mia. El imbécil ha instituido un régimen de "agarra y corre" para distribuir los recursos, y luego pasan cosas así y es culpa nuestra. Mientras tanto, mi moto lleva 5 dias laborables sin faro, y no se ha molestado en arreglarlo. Un dia de estos voy a decirle un par de cosas que me costarán el empleo.

En fin, quemadito me hallo.

19.1.05

Pongamos que hablo de Madrid

Interesante artículo el de El País de este domingo (he estado MUY atareado) acerca de Madrid y su crecimiento.

Detesto Madrid. Me asquea. Me agobia. Jamás viviría ahí a no ser que me regalasen el piso. Bueno, tampoco, lo vendería. Pero si me ofrecieran un alquiler gratuito... no, subarrendaría el piso. Da igual.

El caso es que no me gusta la capital del reino. Es grande, es caótica, y es fea, pero que muy fea. Probablemente la capital europea menos atractiva que hay. Quitas cuatro manzanas y un par de palacios del centro y el resto es un asco.



Y una mayoría de los que viven en ella parecen opinar del mismo modo. Si no, no se entiende que las altas instancias hagan de Madrid una ciudad más inhabitable cuanto más enorme, según avanzan los planes de desarrollo (llamarlo urbanismo es pasarse), sin que los vecinos se reboten y se manifiesten más a menudo.

Los de Madrid no son, mayormente, madrileños, y eso tenía que notarse. Todo el mundo es de otro sitio, el que consideran su verdadero hogar (aunque pasen 20 días al año en él) y en el que preferirían estar. El pueblo (ver dos mensajes más abajo) es una de las pocas cosas que unen a los madrileños.

A Madrid no la quieren. Se habita en ella por las posibilidades (empleo, vivienda, educación, entretenimiento) que ofrece, pero la relación del habitante con la ciudad suele terminar ahí, en el puro utilitarismo. Por eso nos importa bien poco a casi todos que sea fea, que sus nuevos barrios crezcan como quistes o que el centro sea un colapso permanente. No es nuestra.

En el fondo no es para odiarla. Más bien para sentir lástima por ella.

16.1.05

Blame It On The Boogie

El último disco de los Manic Street Preachers, Lifeblood, es realmente bueno. Al fin recuperan la energía de antaño.

Al estilo de los Top 5 de áLeKs!, voy con uno propio: Las 5 mejores cosas a las que echar la culpa.


5- Incomprensión

Nadie te comprende, tus intenciones son las mejores, en el fondo no querías decir eso... Vale, nos ha pasado a todos, pero no siempre ni con todo el mundo, chico. Algo tienes que estar haciendo mal. Si, tú.

4- La mala suerte

Bueno, si se te estropea el coche es mala suerte. Si llevabas 3 años sin pasarle la ITV y 15.000 kilómetros sin cambiarle el aceite, es otra cosa. Si además pensaste que sería divertido probar a ver si puedes quemar rueda como los F1, lo tuyo es serio.

3- Tus padres

Te han traído a este mundo sin tu consentimiento, así que tú y todo lo que hagas sois responsabilidad suya hasta el fin de los tiempos. Si eres mal estudiante es que no supieron motivarte, si pierdes tu cuarto empleo consecutivo por ir borracho a la empresa e insultar gravemente a tu jefe es que no te inculcaron el respeto a la autoridad. Y así todo. Quizá a tí te valga, pero no esperes convencer a nadie.

2- Tus genes

Tu destino no está en la palma de tu mano, sino en cada una de tus células. Si eres alto o bajo, listo o tonto, calvo o hirsuto, hombre, mujer, homosexual o necrófilo, todo es cosa de tu dotación de serie. Naciste con desventaja y no se puede luchar contra eso. Ah, y además esto también es culpa de tus padres. ¿Qué más se puede pedir?

Y en lo más alto del ranking...

1- La Sociedad

Desde luego que si. El mundo es una perrera y se trata de no dejarse morder. Para eso pago impuestos. El mundo me ha hecho así. Todos lo hacen. Así son las cosas. Quienes deben hacer algo son los políticos. Disponible en todas las tallas y colores.


Me voy a jugar al Need For Speed Underground 2.

13.1.05

Smalltown

Ay, el trabajo, qué mal me trata. Y tener que ocuparme de la casa estos dias (mi madre está fuera) no ayuda nada. Entenderéis que no pudiera escribir si no quería ver recortado mi tiempo de no hacer nada.

Como dice mi DNI, nací en Barcelona, pero mis padres eran de sendos pueblos de León. Mis recuerdos de infancia están poblados de imágenes de viajes interminables Barcelona-León en coche (hace 20 años, sin autovías ni aire acondicionado, la cosa tenía tela).

De Barcelona me queda poco más que nada, pero de esos dos pueblos sigo reteniendo mucho. En parte porque no he dejado de acudir alguna vez cada año (sobre todo al de mi madre)



Durante mucho tiempo (mi infancia) ir al pueblo era uno de los acontecimientos del año: allí podía montar en bici, corretear por el campo, observar animales salvajes, bañarme en el rio...
Luego vino un tiempo en que ir al pueblo se convirtió en una pesadez a la que me sometía obligado por mis mayores: allí no tenía amigos (un pueblo muy pequeño es lo que tiene), carecía casi por completo de los entretenimientos que la vida moderna proporciona, y la vida campestre había perdido para mí casi todos los enormes atractivos que puede tener para un chaval. Además, la pérdida de la condición de niño me supuso empezar a acomodarme a las normas y las exigencias de los mayores, que en el pueblo se hacen aún más engorrosas (siempre había un familiar lejano al que debía causar buena impresión, etc.).
Ahora, más adulto y autónomo, aprecio los viajes al pueblo en mayor medida. Será otro síntoma de que uno se hace viejo, pero a veces creo recordar las cosas que lo hacían fascinante en mi niñez. Y es indudable que la campiña leonesa tiene su gracia, en especial si uno vive todo el año en la puta meseta central, donde lo más parecido a un paraje agreste son las obras.



El caso es que la tierra de mis mayores ha sido la única constante geográfica de mi vida, y eso debía dejar huella.
Mi padre me dijo una vez que un dia me daría cuenta de las raíces que tengo en esta tierra. No le tomé en serio.
Por esa vez, tenía razón.

Cuando perdí a mi abuelo el pasado verano reflexioné (entre otras cosas, claro) sobre la extraña relación de mi generación con la tierra de sus ancestros. Soy uno de los millones de hijos de la inmigración de mediados del pasado siglo en España, esos nacidos entre los 60-70 en las grandes ciudades a las que sus padres huyeron desde el campo cual estampida de ñus.

Muchos de nosotros tenemos el pueblo. Ese lejano paraje al que nuestros padres nos arrastraban de pequeños, que se convirtió en el escenario de las primeras borracheras y unos cuantos desvirgamientos, del cual intentamos huir tan pronto como se nos antojó pasar un verano por nuestra cuenta, y al que muchos hemos acabado volviendo por aquello de la cabra y el monte. En cierta manera supone un éxito de nuestros padres el haber evitado que se abriera una sima cultural, además de geográfica, entre sus padres y sus hijos.

Es reconfortante pensar que las amarras nunca se rompieron del todo. Me pregunto qué sería de mis raíces si no contase con el pueblo allá en la lejanía. Mi contacto con la tierra catalana se extinguió hace mucho, y Alcalá está bien, pero, joder, ¿donde podría ir cuando necesitara huir de la vida moderna o la justicia?
Supongo que si no tuviera raíces las buscaría.

¿No llevo una temporada escribiendo cosas demasiado serias? Mierda, otro síntoma de vejez...

8.1.05

Stone Free

Si alguien ha recibido algo que parece una bola de papeles aplastada por un elefante, probablemente se trata de un regalo envuelto por mí.
Cómo pasa el tiempo, parece que fué ayer cuando escribí por última vez aquí... bueno, la búsqueda desesperada de regalos me ha tenido algo ocupado.

Hay un anuncio estos días en la tele que me ha llamado la atención. En este se muestran imágenes tomadas desde un vehículo en marcha, mientras una voz en off nos alecciona: "La gente habla de libertad, pueden creerse libres, alejarse, pero al final están atados a ese trabajo, esa casa, ese coche..."

Y al final, ¿qué te venden? Un coche. Manda cojones.

Y, no obstante, me hizo pensar.
(Cualquier cosa me hace pensar, pero casi ninguna por más de dos minutos).
Todo el mundo ha fantaseado alguna vez con "romper", más -supongo- a medida que uno crece y asume más y más cargas y responsabilidades.

Mandar a tomar por culo al jefe, venderlo todo y hacerte motorista errante, tocar la guitarra para los turistas en una playa paradisíaca, hacerte adiestrador de caballos en la Pampa...
Naturalmente, el realismo y aquello que sale de mezclar prudencia y cobardía nos acaban disuadiendo de realizar estas ensoñaciones. Pero, ¿y si nos atreviésemos?

Suponiendo que rompiésemos con todo para emprender una nueva vida, ¿sería esa nueva vida para tanto? Ser motero errante por una temporada es divertido, pero la gasolina, el seguro y los hostales/campings cuestan pasta. Probablemente la mafia local nos partiría la guitarra y las piernas en cuanto intentásemos ir por libre en su playa. Etc.

Ahora supongamos que, superando cualesquiera problemas iniciales, en general nuestra nueva vida es satisfactoria. ¿Nos establecemos? Lo sensato sería quedarnos en un lugar más o menos fijo, aprovechar lo conseguido... y comenzar de nuevo el ciclo de compromiso, sedentarismo y ataduras.
Pero podemos elegir el destino del nómada, mantenernos en movimiento, ver mundo... aún suponiendo que podamos superar los impedimentos económicos y administrativos, ¿de verdad soportaríamos por mucho tiempo el extrañamiento perpetuo que supone ese estilo de vida? ¿Tendríamos a todos nuestros amigos y familia en la distancia?

¿No hay modo de ser libre y feliz, entonces? ¿Siempre hay un compromiso, una renuncia?
Pues yo diría que si. Como animales gregarios que somos, la vida se nos antoja insoportable en soledad (al menos a la mayoría), y probablemente no hay libertad absoluta sin soledad absoluta. Y vivir en sociedad impone obligaciones.

Por otra parte, aunque a veces nos parezca que las cosas que nos atan no hacen más que eso, atarnos, algo nos dan para que aceptemos atarnos, porque casi siempre se nos permite elegir, ¿o no? Un techo bajo el que vivir nosotros y nuestra familia probablemente merece una hipoteca, la sanidad y demás servicios que necesitamos todos bien valen pagar impuestos...
Puede que la única libertad posible sea la de elegir las ataduras que hemos de soportar, el color de la cuerda o el nudo. Cortar amarras puede ser la liberación, o puede suponer perderse a la deriva.

Coño, qué tarde es.

1.1.05

If You Tolerate This Your Children Will Be Next

Lo primero es lo primero: Feliz 2005 (inserte rima aquí).

Hay muchos tipos de intolerancia y de intolerante. Están los intolerantes políticos-religiosos, de los que jamás admitirán que la parte opuesta puede tener razón en algo, o que tal vez los suyos se han equivocado en alguna cosa.
Los intolerantes raciales-sexuales (que a menudo son la misma gente) son gente particularmente detestable y mejor no entrar ahí, que me caliento.
Los intolerantes deportivos-futboleros son parecidos a los del primer tipo, solo que aún peor.

Pero la peor clase de intolerante es el intolerante que no tolera que le reprochen nada.



Le ha pasado a todo el mundo: un imbécil con carnet, mal llamado conductor, se mete a la brava en un cruce sin prioridad, le tienes que esquivar o frenar, y si le miras encima es él quien pone mala cara, si no te insulta directamente.
O un energúmeno se pone a fumar en una zona en la que está prohibido, alguien le ruega que no fume, y él se limita a hacer un gesto de desprecio.

Y, en lo más alto de esta escala de hijos de puta, está la gente que incordia simplemente por diversión, o mientras se divierte. Más concretamente, los que montan sus juergas en lugares y momentos en los que otras personas intentan dormir o, simplemente, vivir.
Los desgraciados que tiran petardos en plena ciudad a altas horas de la noche.
Los niñatos botelloneros que equiparan su derecho a la cogorza callejera con la lucha por la abolición de la esclavitud o el sufragio universal.
Los borrachos. Oh, desde luego, los borrachos. La escoria que se toma dos copas y de repente creen que cantan como Plácido Domingo, conducen como Senna (en parte es cierto) y son graciosos como Santiago Segura.

Hace unos dias Javier Marías publicó un artículo muy acertado sobre esta sacralización del jolgorio que se practica en este país. A quienes se lo están pasando en grande hay que aguantarles todo y reirles todas las gracias. Quejarte de que sus humos molestan, pedirles que bajen la música, o algo tan obvio como que te dejen dormir (que no es muy diferente de pedir que te dejen comer, o respirar) te hace quedar como un amargado, gruñón, represor e (!) intolerante.

Reventad de una vez, banda de hijos de puta.